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Observatorio De Equidad De Género E Igualdad De Oportunidades
30/09/2025

Las buenas víctimas

Cuando el horror se concreta, no hay lugar para dudar de la inocencia de quienes lo sufren. Pero algunas son consideradas más aceptables que otras: mujeres jóvenes, silenciosas, obedientes, que encajan con el molde que ciertos sectores sociales perciben como “correcto”. En el caso de Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Morena Gutiérrez (15), encontradas muertas esta semana en Florencio Varela, emerge una pregunta brutal: ¿qué tan buenas tienen que ser las víctimas para ser escuchadas, respetadas o reconocidas?

Brevemente los hechos

Las tres jóvenes estaban desaparecidas desde el viernes anterior; una de ellas, Lara, era menor de edad.

Fueron vistas subiendo a una camioneta robada, que luego fue rastreada hasta Florencio Varela, donde sus cuerpos fueron hallados enterrados en una vivienda.

Se detuvieron cuatro personas: dos en la casa donde estaban los cuerpos, y dos más, dueños de la vivienda, en un hotel alojamiento cercano.

Hay hipótesis iniciales que vinculan parte del crimen con actividades narcocriminales, fiestas clandestinas, posiblemente prostitución forzada o engaños.

Lo que llamamos “buenas víctimas”

Cuando revisamos los discursos públicos sobre femicidio en Argentina —y en muchas partes del mundo— aparece una lista tácita de condiciones que hacen que ciertas víctimas sean más legítimamente “gritables”:

  • juventud, inocencia, ser “una buena chica” (sin historial de vida conflictivo, sin vínculos “oscuros” visibles).
  • Ausencia de responsabilidades sociales que se interpreten como “culpa” (no estar involucrada en marginalidad, no tener vínculos con drogas, prostitución, etc.)
  • Victimización evidente, sin matices: desaparición, violencia física visible, abuso manifiesto
    Estas condiciones funcionan como filtros: quien cumple con ellas, obtiene empatía, visibilidad mediática, presión institucional. Quien no las cumple, muchas veces recibe silencios, culpabilización o indiferencia.

Las grietas bajo la superficie

Brenda, Morena y Lara no han obtenido la concepción de “buenas víctimas” y por tanto no obtienen todo lo que merecen:

  • Retrasos institucionales: la denuncia de desaparición, el trabajo policial efectivo, la visibilidad mediática: todo esto se dio con demoras, con zonas de oscuridad. Familias que piden, que ruegan, pero no les creen lo suficiente o no obtienen apoyo con la rapidez necesaria.
  • Estigmatización y culpabilización implícita: en algunos relatos se desliza la idea de que “no se sabe en qué andaban”, “tenían vínculos con la prostitución”, etc. No como explicaciones del crimen, sino como pistas para sugerir responsabilidad de las víctimas. Esa construcción es aterradora porque convierte las preguntas legítimas de una investigación en juicios morales previos.
  • El papel del narcotráfico como recurso rápido: cuando se liga un femicidio con narcotráfico, muchas veces se reduce el debate: “eran del bajo”, “tenían vínculos oscuros”, “rompían reglas sociales”. Esa mirada facilita que se minimice la violencia contra ellas, que se relativice la responsabilidad del Estado (policía, justicia) y que se diluya la exigencia de prevención y protección real. En este caso ya se habla de fiestas clandestinas, redes narco, engaños. Son hipótesis que merecen investigación, pero no pueden servir como justificación social de la impunidad.
  • Diferencias en la respuesta social: no todas las víctimas reciben la misma visibilidad. Las jóvenes, especialmente menores, suelen movilizar solidaridad más rápidamente. Pero eso no garantiza justicia, ni reparación, ni cambios estructurales.

Qué le exigimos a la justicia más allá del grito

Para que el femicidio no sea algo que se “lamenta” y luego se olvida, sino algo que se combate, necesitamos:

  • Investigaciones realmente exhaustivas, sin dejar cabos sueltos, sin prejuicios sobre qué tipo de vida llevaba la víctima. Cada pista importa, pero sin transformar la vida de la víctima en juicio moral.
  • Transparencia del Estado y de los medios. Que haya datos públicos, resultados concretos, avances y sanciones claras.
  • Prevención estructural: programas efectivos contra la violencia de género, espacios seguros, educación, redes locales de contención. No esperar a que desaparezcan personas para reaccionar.
  • Accesibilidad a la ayuda: cuando una joven siente miedo, violencia, explotación —que no siempre termina en asesinato— tenemos que tener redes sólidas para que pida ayuda sin vergüenza ni riesgo.

Reflexión final

Si alguien alguna vez pensó que hay víctimas que “merecen” ser asesinadas menos que otras, este caso desmiente esa idea con brutalidad. No hay grados de indignación: tres jóvenes muertas son tres feminicidios, sin importar qué tan buenas, cuerdas, obedientes o ejemplares hayan sido.

El título Las buenas víctimas no busca homenajear la idea de que algunas víctimas son “mejores” que otras, sino denunciar que ese recurso retórico ha sido parte del problema: sirve para jerarquizar, para callar, para invisibilizar.

Porque la historia de Brenda, Morena y Lara reclama que no existan más “buenas víctimas”. Que simplemente haya víctimas cuyos casos importen todos.

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